viernes, 7 de septiembre de 2007

De Luciano a Paul

Mucho se ha escrito ya de la vida y obra de Paul Potts, aunque su nombre no haya aparecido en los medios hasta hace pocos meses. Todo en la biografía de este vendedor de telefonía móvil de Bristol (Reino Unido) apuntaba a que llevaría una vida insulsa al lado de su esposa, a la que conoció en un chat en 2001 y con la que se casó dos años después. El día de su boda, cuando cantó Ich liebe dich, ya pudo demostrar de lo que era capaz. No han trascendido muchos datos de ese día feliz para el matrimonio Potts, aunque la parte femenina del mismo ha explicado que “no había ni un ojo seco en la sala”. La voz de Potts logró ese día emocionar a los invitados.

Sin embargo, la vida de Paul cambió –ha cambiado– cuando entró la televisión en ella, lo que demuestra cuán grande es el poder la pequeña pantalla. Fue en febrero de 2007 y fue en el Britain’s got talent, una imitación de Operación Triunfo a la inglesa.

Tímido, de mirada triste, dentadura rebelde –típicamente británica, by the way– y ligero tartamudeo, Potts sube al escenario. Quizás en ese momento nadie sabe que el joven rechoncho que tienen delante ya ha cantado algunas piezas delante del mismísimo Pavarotti o que es licenciado en Teología y Filosofía. Además, seguramente alguien, en casa o en el plató, se ha dado cuenta que el muchacho que tienen delante comparte nombre con Pol Pot, sanguinario dictador de Camboya.

Ya en el escenario empiezan las preguntas de los miembros del jurado: dos hombres maduros con aspecto de ‘playboy en paro’ y una rubia operada, de buen ver, todo sea dicho. Los tres encargados de juzgar a Potts preguntan, con ese aire de suficiencia que sólo el tribunal de un programa así puede tener, qué iba a cantar. Sus miradas, al escuchar la escueta respuesta –“To sing opera”– , denotan la primera burla. Un hombre feo, gordo, vendedor de teléfonos, atreviéndose con el bel canto. Segundos después, con el beneplácito de ese jurado que otorga su bendición a que el ‘raro’ salga por la tele, empieza lo que nadie preveía.

Un Paul Potts más relajado mira al técnico y da la señal. De ahí empieza a sonar Nessuna Dorma, de Puccini, aria final de Turandot, que Potts acaricia con su voz. Lo que viene después es predecible. La gente emocionada aplaude al nuevo héroe, el jurado da su aprobación y la televisión ha creado otra estrella.

Desde entonces, el cantante de Bristol ha recorrido medio mundo, ha grabado un disco, y ha concedido decenas de entrevistas. Muerto Pavarotti, adalid de la popularización de la ópera, Potts puede tomar su relevo y demostrar que la música no entiende de élites.

No hay comentarios: