Sin embargo, la vida de Paul cambió –ha cambiado– cuando entró la televisión en ella, lo que demuestra cuán grande es el poder la pequeña pantalla. Fue en febrero de 2007 y fue en el Britain’s got talent, una imitación de Operación Triunfo a la inglesa.

Ya en el escenario empiezan las preguntas de los miembros del jurado: dos hombres maduros con aspecto de ‘playboy en paro’ y una rubia operada, de buen ver, todo sea dicho. Los tres encargados de juzgar a Potts preguntan, con ese aire de suficiencia que sólo el tribunal de un programa así puede tener, qué iba a cantar. Sus miradas, al escuchar la escueta respuesta –“To sing opera”– , denotan la primera burla. Un hombre feo, gordo, vendedor de teléfonos, atreviéndose con el bel canto. Segundos después, con el beneplácito de ese jurado que otorga su bendición a que el ‘raro’ salga por la tele, empieza lo que nadie preveía.
Un Paul Potts más relajado mira al técnico y da la señal. De ahí empieza a sonar Nessuna Dorma, de Puccini, aria final de Turandot, que Potts acaricia con su voz. Lo que viene después es predecible. La gente emocionada aplaude al nuevo héroe, el jurado da su aprobación y la televisión ha creado otra estrella.
Desde entonces, el cantante de Bristol ha recorrido medio mundo, ha grabado un disco, y ha concedido decenas de entrevistas. Muerto Pavarotti, adalid de la popularización de la ópera, Potts puede tomar su relevo y demostrar que la música no entiende de élites.
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