jueves, 17 de abril de 2008

La esencia siciliana (I)

Un parón en la bitácora bien vale una buena excusa. La de El Caminante no es otra de haber pasado los últimos cinco días en Sicilia, la más grande isla del Mediterráneo, y feudo, desde hace 2.000 años, de romanos, griegos, normandos, árabes, aragoneses, italianos y mafiosos. Quizás son estos últimos lo que, desde el silencio, ejercen una mayor influencia en la región.
La capital de la isla es Palermo, donde viven cerca de 1 millón de personas (Sicilia tiene 5 millones de habitantes). Como mucho ya sabréis es una ciudad que se puede definir como caótica, un caos del que el tráfico realmente infernal es responsable. En Palermo no existe el silencio. Las bocinas de coches y motos se mezclan con el estruendo de motores y con los gritos de sicilianos que saludan a sus respectivos. A ello se mezclan la anarquía de conducta: allí donde haya asfalto puede haber un vehículo en movimiento, puesto que se aprovecha cualquier resquicio para avanzar unos metros. A todo aquél que suelte el tópico de que Barcelona o las grandes ciudades son una locura les invito a visitar la capital siciliana. Lógicamente, muchos de los vehículos que invaden las calles palermitanas se mueven a gran velocidad, sobreocupados y, en el caso de las motos, con conductores sin casco (y probablemente sin papeles en regla ni seguro)

El caos del asfalto se une al caos de la red urbana. El centro histórico se forma de un tejido abigarrado de calles, sucias, con edificios ajados y en algunos casos semiderruidos. Esta estampa se debe tanto al paso de los años como a los bombardeos que sufrió Palermo durante la II Guerra Mundial, hace más de 60 años. Además, esta situación se une a los hábitos de los sicilianos, proclives a montar mercados callejeros que aquí no pasarían ningún control de sanidad y dejar los restos del festón allí mismo. En estos sitios de aprecia el latir de la ciudad, con la intensidad cromática que dan los alimentos esperando comprador, los vendedores mostrando sus productos y los gritos de aquellos que quieren colocar su género. En los mercados de otras ciudades puede pasar algo parecido, pero como Palermo es Palermo, sólo en ella puedes ver un Pony en medio de una callejuela infecta, o ropas secándose en tendederos que se apoyan en dos edificios a cada lado de una calle.

¿Entonces, se debe cambiar a costa de perder la esencia? Para un palermitano sería un buen avance, porque sin duda mejoraría a nivel de higiene y calidad de vida. Para un visitante, sin embargo, una Palermo renovada sería más de lo mismo, y le impediría viajar a lo que años atrás fue un auténtico pueblo del Mediterráneo.

Fotos: E.T.
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De reojo: El caos de la ciudad es un ejemplo palmario de por qué sorprende Palermo y por qué está tan alejada no sólo de Roma y Milano, sino de Bruselas. Trataré el tema en posts siguientes.

1 comentario:

marinayang dijo...

Ostres!
Per un moment pensava que parlaves de Guanghzou!
És el mateix que tinc jo aquí cada dia!
El caos d'aquest ciutat és impressionant però s'autoregula i arregla ell solet.
A mi m'agradaria que els cotxes es paressin al pas de zebra i que els peatons no creuessin pel mig de carreteres amb 3 carrils per banda, però llavors perdria la gràcia, no?