lunes, 13 de agosto de 2007

El arquitecto deja solo a su edificio

Karl Rove (Denver, 1950) aún recuerda cómo fue la llegada del joven Bush a la estación de tren de Washington: “llevaba una chaqueta de la Guardia Nacional, botas de cowboy y pantalones vaqueros”. En ese preciso momento el instinto de Rove vio algo que muchos no percibían: madera de líder y “más carisma del que un individuo era capaz de tener”.

Fue en esa víspera del día de Acción de Gracias de 1973 cuando empezó la relación de un joven de familia humilde, hijo de una madre que se suicidó, y sin estudios universitarios, con el rico hijo de un dirigente del Partido Republicano, estudiante de la prestigiosa universidad de Harvard. Rove y Bush hijo hicieron buenas migas. Su larga amistad, de más de 30 años, ha vivido hoy un nuevo capítulo cuando desde los jardines de la Casa Blanca, George W. Bush, 43.ª presidente de EE.UU., ha agradecido públicamente los servicios prestados a su hasta entonces asesor político –arquitecto, lo lláma él–, que ha anunciado su dimisión.

En una entrevista en ‘The Wall Street Journal’ y luego en rueda de prensa, Karl Rove ha alegado motivos familiares y ha justificado su renuncia con un “ahora es el momento”. Sin embargo, a nadie se le escapa que el cerco demócrata sobre su cabeza se estrecha cada vez más, y Bush no se puede mojar más si no quiere emponzoñar más sus últimos meses de mandato.

La dimisión de Rove deja al presidente sin su núcleo duro, el que le ha rodeado en estos siete años en el 1600 de Pennsylvania Avenue. Rumsfeld, Wolfowitz, Bolton o el mismo Powell así como otros neocons ya han abandonado el barco. Aunque influyentes, su papel se limitaba a la política exterior estadounidense. Rove era, en cambio, su guía en temas de política interna. De hecho, los escándalos que le han forzado a dejar el cargo –el Plamegate y la dimisión forzada de 8 fiscales no afines a Bush– nada tienen que ver con Iraq, Afganistán o Oriente Medio en general.

La ausencia de Rove marcará los últimos meses de Bush en la Casa Blanca, aunque, hoy en día, el mandatario vive en una inercia que nada –un nuevo ataque contra el Imperio–, ni nadie –la cabeza de Bin Laden– podrá cambiar. Además, Bush es ya un lame duck, término utilizado en EE.UU. para designar al presidente sin poder porque ya no puede optar a la reelección.

El abandono de Rove, pues, llega cuando ha dado todo de sí y ha utilizado todas las estratagemas posibles para allanar el camino de su jefe hacia el poder: desde poner en duda la valentía en Vietnam del rival de las elecciones de 2004, John Kerry, hasta dudar de la salud mental del rival de Bush para ser candidato republicano en Texas, arguyendo que había enloquecido en las cárceles vietnamitas. Sin olvidar como lanzó el bulo de que la candidata demócrata en Texas, Ann Richards, era lesbiana, algo que en la conservadora EE.UU. no es baladí.

Con mejores o peores artimañas, Rove, un self made man, ha logrado todo cuanto se ha propuesto. Su último logro electoral fue en 2004, al intuir que la extrema igualdad entre los partidarios del partido del asno y del elefante sólo se rompería si lograba que la numerosa comunidad evangélica estadounidense abandonara sus sofás y acudiera a las urnas. Y eso sólo era posible convirtiendo a un líder con carisma innato, alcohólico redimido, e inculto convencido, en un americano más, que ha pecado y ha bebido en exceso pero al que Dios dio una segunda oportunidad para dirigir el mayor imperio de la era moderna.

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